Salí de aquel lugar llevando solamente una maleta nueva, muy pesada, era todo lo que poseía, era todo lo que me quedaba. Tenía unos broches muy difíciles de abrir, así me aseguraba que nada se me iba a perder.
Empecé a caminar por cualquier camino, donde quiera que llegaba, descansaba pero no soltaba mi maleta, la ponía a un lado mío sosteniéndola con una mano, la ponía en mis piernas, la ocupaba de almohada o de asiento, hasta de mesa me servía, procuraba que no se me ensuciara para mantenerla intacta.
Durante el transcurso de cada día la abría varias veces y revisaba su contenido, una vez que estaba segura que estaba todo en orden, la cerraba y continuaba mi camino. Pasó el invierno, llegó la primavera y yo como que nada, con mi maleta cargaba, no era un tesoro pero como tal la cuidaba. Llegó el verano y el otoño se acercaba, y yo, continuaba por cualquier camino, encontraba caminantes que iban y venían, todos cargaban una maleta parecida, era curioso, parecía una estación de viaje.
Lógicamente, mientras mas caminaba mas cansada me sentía, se me iba haciendo cada vez mas difícil, mi caminar se hacía cada vez mas lento, la maleta se me hacía cada vez mas pesada.
Un día mientras revisaba la maleta, se me ocurrió pensar que talvez habían cosas que no necesitaba y así, escogí algo que no fuera esencial y lo saqué, lo tiré lejos y seguí, sentí un cambio leve y me sentí mejor. Un tiempo después, la maleta de tanto andar comenzó a aflojar los broches y algunas cosas por si solas se salieron, mi caminar se me hizo más ligero.
Fue así como un día, me senté a revisar concienzudamente y descubrí que casi todo lo que llevaba era inútil y solo me estaba haciendo más duro el camino, así pues, vacié casi todo el contenido, la cerré nuevamente pero aun cargaba la maleta conmigo.
En todo el tiempo que llevaba caminando, el esfuerzo que hacía para cargarla me hacía caminar inclinando mi cuerpo y mis ojos clavados en el suelo, viendo siempre hacia abajo, yo misma me impedía ver al frente o a los lados.
Al liberarme de casi todo el peso, pude entonces caminar erguida y ver lo que había delante de mi, fue entonces que descubrí que había un camino paralelo y mucho mejor; el que yo caminaba era lleno de piedras, polvo, no había árboles, siempre estaba brumoso y muy solitario. El camino paralelo por el contrario era un camino de grama con flores a los lados, mariposas, pájaros y unos árboles frondosos que permitían descansar y cobijarse del brillante sol.
Los dos caminos estaban separados por un puente angosto que para ser cruzado había que sostenerse con ambas manos; me acerqué al puente y me encontré en una disyuntiva, si quería caminar por el camino hermoso, tenía que cruzar el puente y para cruzarlo tenía que utilizar las dos manos, como iba a hacer para cruzar con la maleta?
Estuve un rato sentada a la orilla del puente, ideando la manera de hacerlo, pensé en ponérmela en la cabeza pero sabía que iba a perder el equilibrio, pensé en ponérmela en la espalda y caminar en cuatro pies pero no me dio resultado.
En eso estaba cuando me llegó una vocecita desde adentro, no soy ventrílocua pero la voz habló y me dijo: “soy tu corazón, es mejor que de una vez te deshagas de esa maleta, no te sirve para nada, yo ya no tengo resistencia, he trabajado el doble desde que empezaste este camino. Ya es tiempo que me des un respiro, si no cruzas el puente, te dejaré a medio camino. Este es un ultimátum, o yo o tu maleta”
Ante tan contundente protesta, me decidí, y con la fuerza que me da el amor que le tengo a mi corazón, levanté la maleta en el aire y la tiré al fondo del barranco debajo del puente. Pude entonces usar mis manos, crucé el puente y desde entonces mi corazón me vive agradecido, late feliz y yo respiro feliz, camino feliz, y vivo sin maleta!
©Vicky Toledo